@Aloe Vera_LA REINA
REGALO DE LA NATURALEZA
más de 5000 años de historia y leyenda sobre nuestra Reina, el "Aloe Vera"
Actualmente sabemos que es una planta polifacética, de múltiples aplicaciones.
Aloe: la historia, la leyenda
Historia y leyenda se confunden en torno a la figura del aloe a lo largo de los tiempos.
Ya en el Antiguo Egipto era conocida como "la planta de la inmortalidad" y solía utilizarse en los ritos de enterramiento y en el proceso de embalsamamiento de los faraones. Llegó a afirmarse que la exuberante belleza de las reinas Nefertiti y Cleopatra tenía mucho que ver con el hábito de bañarse en el jugo de esta planta.
Se la conoce también como "la planta bíblica" por las numerosas ocasiones en que aparece mencionada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, donde, entre otras cosas, se relata cómo Nicodemo utilizó una mezcla de aloe y mirra para embalsamar el cuerpo de Jesús.
Al dios Báal-Zebut se le representaba con una planta de aloe en las manos como símbolo de la inmortalidad, de su poder regenerador de la vida.
En la India, la denominaron "la curadora silenciosa", y creían que el aloe crecía en los jardines del Edén, dadas sus propiedades sobrenaturales.
La civilización maya la consideraba una planta sagrada, y, aún hoy se utiliza en muchoshogares y comercios mejicanos como símbolo de la buena suerte.
También en ciertos poblados indígenas de África la envolvió una cierta aureola de espiritualidad. En Etiopía y Somalia, el pueblo galla solía plantar aloes alrededor de las tumbas con el convencimiento de que, cuando las plantas florecían, anunciaban así la entrada en el paraíso de la persona que les había dejado.
No parece producto de la mera casualidad el hecho de que el aloe haya sido reerenciado en tantas culturas a lo largo de la historia y que en la mayoría de las grandes obras históricas sobre la medicina aparezcan mencionadas sus propiedades.
Representaciones simbólicas
Las primeras referencias sobre el aloe se remontan a fechas milenarias. Se ha encontrado su imagen en pinturas rupestres, tallas, frisos y dibujos en lugares tremendamente distanciados entre sí, como la Península Arábiga, África, China, la India, Nueva Guinea, Palestina y las Islas Británicas. Se han encontrado representaciones pictóricas de esta planta en sepulcros y monumentos funerarios de los faraones del antiguo Egipto, así como en los templos. Ya por entonces, cinco mil años atrás, se le atribuían poderes espirituales y sobrenaturales. También en Etiopía le otorgaban un significado espiritual por aquella época, por lo que no era muy inusual depositar hojas de aloe junto a las momias, tal como se ha podido comprobar al encontrar hojas de la planta (Aloe socotriná), conservadas en perfecto estado en las tumbas funerarias del neolítico norafricano. Sin abandonar el capítulo de la representación milenaria, también encontramos esta planta en los dibujos de un famoso pintor chino de la corte del emperador Fu-Hsi, del siglo XXVIII antes de Cristo. En estos dibujos, enormemente ilustrativos de la utilización del aloe cinco milenios atrás, podemos observar a un médico colocando hojas cortadas y abiertas de aloe sobre las lesiones de un guerrero herido.
Algunos testimonios escritos del aloe en la historia milenaria. La historia, la leyenda
Tenemos numerosas referencias escritas sobre el aloe.
En China, en el "Libro de las Hierbas Medicinales"(una de las dos primeras obras escritas en la historia de la literatura, cuya redacción se cree que requirió más de dos siglos de trabajo y la colaboración de más de dos mil especialistas, entre escribas y médicos), el aloe aparece en ocho de los diez volúmenes que componen la obra, donde se recomienda su aplicación externa para todo tipo de lesiones o dolencias (quemaduras o como un simple protector contra el sol, dermatitis, picaduras y mordeduras de insectos, inflamaciones e irritaciones por el contacto con hierbas venenosas, luxaciones, esguinces, pérdida del cabello...) También se recomendaba su uso interno como laxante, tónico, reconstituyente, en problemas digestivos, renales y hepáticos, o como regulador del ritmo cardiaco, entre otras aplicaciones.
En la India, el Ayurveda es considerado aún hoy como el libro que recoge la ciencia de la vida o de la salud, y aunque la fecha de su primera edición no ha podido señalarse con exactitud podría situarse también en torno a cinco mil años atrás. En él, el aloe (o Kumari, como se le denomina aquí) es considerado como un excelente
tónico, con efectos curativos sobre el sistema hepato-biliar, el sistema digestivo y el respiratorio. Además, se recomendaba también su aplicación externa en quemaduras, cortes y heridas, así como en los baños de asiento para el tratamiento de dolencias tales como la vaginitis o el herpes vaginal.
También aparece mencionado el aloe reiteradamente en unas tablillas de arcilla conocidas como las Tablas Babilónicas, que recogen un gran número de historias clínicas con los tratamientos aplicados. En esta ocasión se describían con detalle sus cualidades laxantes; pero no eran las únicas y el aloe se encuentra con una asiduidad sólo superada por la cúrcuma, el incienso y la mirra.
Más adelante (alrededor del año 1550 antes de Cristo), la polifacética planta volvería a ser mencionada en el famoso "papiro Ebers", también conocido como el "Libro Egipcio de los Remedios", donde formaba parte de numerosas fórmulas medicinales para uso tanto interno como externo.
Se cree que el nombre de esta planta tal como la conocemos en la actualidad es de origen árabe y que hacía mención a su sabor amargo (aloe significa "amargo" en árabe). Fueron los árabes precisamente quienes empezaron a comercializar la planta, extrayendo de sus hojas la savia y la pulpa en un rudimentario proceso con prensas de madera o bien pisándolas insistentemente con los pies, para obtener su jugo. Una vez separados el gel y la savia de la corteza, la pulpa resultante se introducía en bolsas de piel de cabra que eran expuestas al sol hasta que el contenido, al secarse, quedaba reducido a polvo. De esta manera podía ser exportada con más facilidad a otras latitudes, y así fue como, hacia el siglo VI antes de Cristo, el aloe ya había llegado a Persia y a la India. Se supone que el uso del aloe en la medicina india se remonta al siglo IV antes de nuestra era y que pronto empezó a utilizarse de manera cotidiana en aplicaciones externas, para tratar las inflamaciones y calmar el dolor, o internas, como purgante. También era común su uso por aquella época en Malasia, el Tíbet, Sumatra y, más tarde, en China, aunque en este país no aparece mencionada en los documentos escritos hasta en año 625, cuando se reconoce su eficacia para tratar diversas afecciones de la piel -por vía tópica-, así como para combatir la sinusitis, las fiebres infantiles provocadas por parásitos y las convulsiones.
Posteriormente, los mercaderes fenicios se encargarían de extender el empleo de la planta (principalmente como depurativo, pero también con otros fines terapéuticos) por todo el imperio grecorromano y algunos países asiáticos.
Hacia el año 500 antes de Cristo, la isla de Socotra era conocida por el abundante cultivo del aloe, lo que hacía de esta isla situada al sur de Arabia y frente a las costas de Somalia, la base del comercio fenicio de esta planta, conocida por muchas tribus de la zona como "Lily del desierto". Entre las numerosas leyendas que envuelven la figura de Alejandro Magno se cuenta que en cierta ocasión, cuando fue herido por una flecha enemiga mientras avanzaba con su ejército por el desierto de Libia, sólo un sacerdote enviado por su maestro Aristóteles pudo salvarle tras limpiarle y tratarle la herida con un aceite de aloe procedente de Socotra.
Cuenta la leyenda que éste fue el motivo por el que Alejandro Magno decidió conquistar la isla, con la única finalidad de asegurarse una provisión permanente de la medicina que curaría a sus soldados heridos en campaña.
Otro de los capítulos que recogen la figura del aloe envuelta en cierto de legendario es el de las narraciones del botánico inglés M. Miller a su llegada al cabo de Buena Esperanza, en África, cuando se sorprendió del magnífico aspecto que presentaba la piel de los indígenas, hombres y mujeres, incluidas las personas de más avanzada edad. Finalmente pudo atribuir el origen de esa piel tan sana y reluciente a la costumbre que tenían de lavarse el cuerpo y los cabellos con la sustancia gelatinosa del aloe. Ésta fue la causa por la que aquella variedad de aloe fue denominada como "aloe saponaria" (jabón). Sin embargo, la población indígena de Buena Esperanza no hacía uso del aloe sólo por razones estéticas, sino que la utilizaban también para curar todo tipo de heridas y picaduras de insectos. Y por lo que se sabe, también la empleaban como recurso para la caza, al embadurnarse el cuerpo completamente con el jugo de la planta para eliminar su olor corporal y, así,sorprender mejor a sus víctimas.
Superstición o no, también en África la tribu de los sutos solía compartir un baño de aloe, en un encuentro general del poblado, cada vez que sentían la amenaza de una epidemia de gripe, que en muchos casos podía llegar a ser mortal. Otro pueblo de África del Sur, los bantúes, conocían más de veinte especies diferentes de aloe que eran utilizadas para curar resfriados, heridas e inflamaciones, infecciones de los ojos, hemorroides, enfermedades venéreas y todo tipo de problemas intestinales.
El aloe en la literatura médica occidental clásica
En la literatura médica occidental, la primera vez que se hace expresa mención del aloe fue a principios de nuestra era, cuando el médico griego, Paracelso recogía en su obra "De Materia Medica" las propiedades curativas atribuidas a esta planta por la cultura árabe, básicamente como remedio contra los desórdenes intestinales. Pero la gran aportación desde el ¡punto de vista terapéutico aparecería más tarde, con la publicación del "Herbolario Griego de Dioscórides", que hasta muy recientemente ha sido considerado como la obra botánica medicinal más importante de nuestra cultura.
Entre sus cualidades, se señalaba su capacidad para cicatrizar las (heridas y tratar las inflamaciones, desde las amigdalitis hasta los problemas de hemorroides, pasando por el cuidado de las encías, la boca y la garganta. También se consideraba un buen remedio contra la calvicie, para detener las hemorragias, el dolor de cabeza y las molestias de los riñones, así como para curar cualquier alteración de la piel, desde la sequedad a las ulceraciones, pasando por las manchas producidas por el sol o la edad, las picaduras de insectos, las ampollas o las quemaduras accidentales. El médico griego Dioscórides solía acompañar al ejército romano en sus conquistas, y así fue como tuvo la oportunidad de desarrollar sus conocimientos médicos y en especial las variadas aplicaciones de la famosa "Lily del desierto".
La "Historia Natural", también conocida como Historia de las plantas, de Plinio, que era escrita por aquella época en Roma, venía a coincidir con las conclusiones de Dioscórides, añadiendo, entre otras aplicaciones, que tenía el poder de reducir la transpiración e incluso de curar ciertas ulceraciones de la piel producidas por la lepra. Plinio también especifica cómo en muchas ocasiones el aloe era mezclado con otras sustancias (concretamente con miel y aceite de rosas), en un intento de hacer su olor más agradable en las aplicaciones externas, o bien de compensar su sabor amargo cuando era ingerido para el tratamiento interno.
Las conquistas de Roma sirvieron para extender su cultura y sus conocimientos -muchos de ellos adoptados de la antigua civilización griega- por todo el Mediterráneo, y así, mucho después de la caída del imperio, el aloe siguió siendo utilizado popularmente durante la Edad Media, en el Renacimiento y, de hecho, hasta bien avanzado el siglo XVII, cuando empezó a perder parte de su credibilidad en Europa y muy especialmente en el norte, debido sin duda al clima frío que dificultaba su cultivo.
Profusamente utilizada en la famosa
escuela de medicina de Salerno (Italia), en el siglo IX vuelve a ser
mencionada en lasobras del filósofo y médico árabe Avicena,
añadiendo a la ya larga lista de cualidades atribuidas por Dioscórides y
Plinio, algunas otras como eran el tratamiento de ciertas
enfermedades de los ojos y, aunque resulte sorprendente, la
melancolía. Por aquella época el aloe se había extendido con gran
aceptación por Italia, Portugal y España debido al clima cálido y
templado dela zona. Tras la conquista de la península ibérica por
los árabes, el aloe acabó de establecerse definitivamente en todo
el mediterráneo, y especialmente en Andalucía, como planta
ornamental y de extraordinarias cualidades curativas.
Ello hace pensar que Colón la conocía perfectamente cuando llegó a América, y que no le costó hallarla en Cuba y otras islas del Caribe, donde observó cómo la utilizaban para curar las heridas y las picaduras de los insectos. En sus diarios explica cómo "he reconocido el aloe y he ordenado que traigan una buena cantidad de ellos a bordo".
Los jesuítas la extienden por el nuevo mundo
Durante el siglo XV fueron los jesuitas españoles quienes se encargaron de difundir el cultivo y uso de la planta por gran partede lo que hoy conocemos como Iberoamérica, incluido Méjico y algunas zonas del sur de los Estados Unidos, como Tejas. Eruditos e instruidos, también se les reconocía como médicos muy bien preparados gracias a su amplio conocimiento del griego y latín, que les permitía haber leído las obras más importantes de la medicina clásica.
Por otra parte, y dado que el aloe
crecía abundantemente en nuestro país por aquella época, conocían
muy bien la planta y la utilizaban. Allá donde arrasaban los
conquistadores, detrás aparecían los jesuitas para establecer nuevas misiones y se
cuenta que donde no crecía el aloe de manera silvestre -lo cual era
bastante común- ellos se encargaron de plantarlo.
Según Bill Coats en su libro "La curadora silenciosa", desde el protectorado de La Española, (los jesuitas) llevaron la planta curativa a Puerto Rico, a Jamaica y probablemente también a Barbados, a Curaçao, a Florida y a las costas de América Central. Hay también evidencia de que fueron los padres jesuitas quienes llevaron el aloe a las costas septentrionales de Sudamérica, a las Antillas Holandesas e incluso a las Filipinas y a otras islas del pacífico".
También se cree que fueron estos monjes quienes introdujeron la planta en la misión de San Antonio de Béxar, hoy Tejas, que acabaría convirtiéndose en la principal zona productora de aloe del mundo en el siglo XX.
El imperio de la Ciencia reduce el aloe a un "remedio supersticioso"
Sin embargo, la credibilidad del aloe disminuiría notablemente tanto en Europa como en América a partir del siglo XVIII, coincidiendo con el desarrollo de los avances científicos. Durante todo este tiempo y hasta hace relativamente poco, el uso terapéutico del aloe se ha visto limitado al empleo como laxante, a menudo considerado como un remedio violento e incluso peligroso (debido, como hemos podido saber más tarde, a la utilización de la aloína, sustancia que se encuentra junto a la corteza). A pesar de su mala fama, la planta sobrevivió sólo gracias a los intereses comerciales de Inglaterra, que había organizado un importante centro de producción de aloe en su colonia de Barbados. Pero este mercado vio su fin a mediados del siglo XX, cuando las compañías farmacéuticas empezaron a comercializar laxantes más baratos y menos drásticos.
Mientras tanto, en la India seguía utilizándose el aloe de manera natural para tratar más de cuarenta enfermedades diferentes, desde las disfunciones intestinales y del sistema digestivo en general hasta los tratamientos dermatológicos de la piel, pasando por las irregularidades menstruales, la bronquitis, la neumonía, la caída del cabello, las enfermedades venéreas, los dolores de cabeza, el reumatismo, las infecciones oculares y un largo etcétera que a los ojos occidentales, más que admirar, se limitaban a considerar como un curanderismo poco serio. Un elemento que sin duda influyó en el desprestigio del aloe especialmente en el norte de Europa y América pudo ser el clima frío que impedía el uso de las hojas frescas de la planta para la elaboración de los productos medicinales, ya que de no ser así se perdían las propiedades terapéuticas de la misma. Este hecho ha empezado a ser científicamente comprendido hacia la mitad del siglo XX, al observar que la oxidación del gel de la hoja -que empieza a tener lugar inmediatamente después de su extracción-conlleva una importante reducción de suscualidades. Fue entonces cuando la comunidad científica, y también la empresarial, empezó a investigar en la búsqueda de una forma eficaz de estabilización del gel, con el objetivo de que pudiera ser exportado a todo el mundo con el cien por cien de sus cualidades y conservando toda su pureza.
El siglo XX redescubre el aloe: Oriente y los países del Este, pioneros en las investigaciones científicas sobre el aloe
El regreso del aloe como recurso curativo tuvo lugar, una vez más, principalmente en su forma de regenerador de la piel y cicatrizante de las heridas.
Japón es considerado como uno de los
países que más se ha interesado por las propiedades curativas del
aloe, y muy en especial por los polisacáridos contenidos en su gel.
En las investigaciones realizadas por el doctor Akiro Ishimoto, en el
Centro de Microbiología de Osaka, se puso de manifiesto el poder de
regeneración tisular de lo que él denominó "agente
estimulador biogenético" u "hormona antinecrosante".
También durante la guerra francoprusiana había sido utilizado
eventualmente como cicatrizante.
Pero fue el oftalmólogo ruso Vladimir Filatov uno de los principales protagonistas que acabarían recuperando para el siglo XX el uso del aloe vera. Filatov desarrolló al final de su vida lo que se dio a conocer como la terapia de los estimuladores biogénicos, que consistía en someter al vegetal o animal, en su caso- a unas condiciones extremas de frío y oscuridad absoluta. Filatov observó que cuando a un organismo se le somete a estas condiciones límite se ve obligado a reorganizar su estructura bioquímica para sobrevivir, desarrollando al mismo tiempo ciertas sustancias, totalmente nuevas, que él denominó "biógenos". En susexperimentaciones con el aloe, se percató de que se potenciaban extraordinariamente sus efectos en el tratamiento de ciertas parasitosis, en la acción regeneradora de los tejidos y como cicatrizante.
Además, por medio del aloe bioestimulado logró tratar con éxito algunas enfermedades que se consideraban incurables, tal como más tarde confirmarían otros científicos soviéticos de prestigio como el doctor S.M. Pawlenko (quien más tarde, en 1953, demostraría los efectos beneficiosos del aloe bioestimulado sobre las patologías del sistema nervioso central), y los doctores Woljanski y Kurakose, que aplicarían con excelentes resultados la misma terapia a las inflamaciones lumbares y sacras, y otros problemas motores que se suponían crónicos hasta entonces.
Pero fue la catástrofe de Chernobyl la que acabaríade divulgar la tremenda eficacia del aloe como regenerador celular y de los tejidos, cuando los doctores M. Smetana y D. Batinik pusieron de manifiesto que su gel obtenía los mejores resultados en el tratamiento de las quemaduras y la contaminación por radioactividad.
Al mismo tiempo, en el Instituto Oncológico de Moscú se publicaba el resultado de unas investigaciones sobre el cáncer realizadas por el doctor Savitski, demostrando el poder bactericida del glucomannan y su directo derivado, el polimannactato -agentes presentes en el gel de aloe-, de gran importancia y utilidad en la lucha contra el cáncer.
EI mejor remedio para tratar los efectos externos de las radiaciones
Mientras tanto, en Occidente ni la ciencia médica ni la farmacología se mostraban muy dispuestas a hacerse eco de estos resultados, en buena parte debido a los intereses económicos de las grandes empresas del sector, que no podían patentar las sustancias naturales. Sin embargo, pronto acabarían subiéndose a este tren a raíz de las nuevas aportaciones de unos médicos estadounidenses, padre e hijo, conocidos como los doctores Collins.
A principios de la década de los 30, la recién descubierta tecnología de los rayos X estaba produciendo innumerables problemas tanto en pacientes como en el personal auxiliar y médico, que en los primeros años de experimentación con los prometedores rayos Roentgen -como se les conocía en un principio- no era raro que sufrieran a menudo quemaduras en las zonas irradiadas o que se les deshidratara notablemente la piel, volviéndose seca y escamosa. Los doctores Collins decidieron entonces probar suerte con el aloe, que tan buenos resultados parecía estar obteniendo al otro lado del telón de acero. Y así fue como pudieron observar que, al colocar las hojas de aloe partidas por la mitad sobre las heridas provocadas por las radiaciones, éstas se curaban con una extraordinaria rapidez, y además sin producir ninguno de los efectos secundarios de otros tratamientos sintéticos. Dada la dificultad de recurrir a las hojas de aloe de una manera generalizada y cotidiana, inventaron un ungüento compuesto fundamentalmente por las hojas de esta planta al que denominaron "Alvagel". El éxito del aloe en el tratamiento de las lesiones producidas por los rayos X se extendió rápidamente y pronto empezó a utilizarse en otros tipos de daños y proble-mas cutáneos, como las quemaduras producidas por elagua caliente o el fuego, las insolaciones, heridas, eccemas, ciertas manifestaciones de las alergias en la piel e incluso las úlceras crónicas.
Al mismo tiempo y de una manera totalmente fortuita un ingeniero químico norteamericano de vacaciones en Florida descubría admirado por los espectaculares efectos del jugo del aloe para tratar las quemaduras producidas por un exceso de horas de sol, hasta el punto de acabar abandonando su carrera profesional para dedicarse a la investigación de la estabilización del gel regenerador. Se llamaba Rodney M. Stockton, y tras sentir en su propia piel la experiencia del alivio instantáneo producido por la pulpa de esa extraña planta sobre los eritemas solares -corría el año 1942-, decidió volver a Florida cinco años más tarde, esta vez para instalarse y probar fortuna en la comercialización de la planta. En 1957, algunas publicaciones de prestigio como la Revista de Medicina Industrial o la Revista de Cirugía, recogían los resultados de sus experimentos con una crema fabricada por él y denominada "Aloe-Creme", capaz de regenerar en 48 horas los tejidos de una quemadura de segundo grado, evitando incluso la aparición de cicatrices.
Pocos años después, cuatro científicos de Michigan (Estados Unidos) descubrían que dos variedades de aloe (Áloe socotrino y Aloe chinensis) eran extraordinariamente efectivas contra el bacilo de la tuberculosis, pero con la práctica desaparición de la enfermedad, el tema dejó de investigarse. Ahora quevuelven a surgir algunos brotes de tuberculosis en diversas partes del planeta tal vez no sería una insensatez revisar las investigaciones de Gottshal, Lucas, Lkkfeldt y Roberts que, a pesar de las décadas transcurridas, tal vez podrían aportar algo en la lucha contra el nuevo y rebelde bacilo de la tuberculosis.
Por aquella época, en los Estados Unidos también el Pentágono tomó nota de las sorprendentes propiedades del aloe, planteándose cómo podría aplicarse a los efectos nocivos de la energía atómica. Patrocinado precisamente por la Comisión de Energía Atómica, se llevó a cabo un amplio estudio en la base de Los Alamos, Nuevo Méjico, en 1953, exponiendo a las radiaciones a varios grupos de conejos. Los que fueron tratados con pulpa de aloe natural o con un producto a base de aloe mostraron una rápida mejoría en comparación con el resto. "Las úlceras resultantes de 28.000 rep de radiación beta estaban totalmente curadas a los dos meses de tratamiento (en el caso de los conejos tratados con aloe o su derivado), mientras que las no tratadas seguían sin curarse cuatro meses después", señala el estudio.
Un potente agente antiinfeccioso también para uso interno
La primera evidencia médica del éxito del uso interno del aloe en el siglo XX surgió en 1963, cuando tres médicos de Florida publicaban sus experimentos para el tratamiento de la úlcera péptica, concluyendo que el aloe vera "puede retrasar y tal vez prevenir" esta enfermedad. Ese mismo año salían a relucir los resultados del estudio de la doctora Lorenzetti, también en el uso interno del aloe, demostrando en esta ocasión que la planta inhibía el desarrollo de diversos tipos de infecciones, tifus y disentería.
Era obvio que en la comunidad
científica occidental la apuesta por el aloe vera ganaba un apoyo
cada vez mayor y a partir de entonces no dejaron de aparecer estudios
e informes, no sólo en Europa y América sino también en ciertas
universidades de África o Japón, donde quedaba constancia oficial
delas muchas propiedades curativas de la planta.
Entre estos estudios cabe destacar las investigaciones en la lucha contra el SIDA dirigidas por el doctor Pulse, donde se demostraban las propiedades antivirales del aloe. Asimismo, de enorme magnitud se consideró el informe elaborado por el Instituto Médico de Investigaciones de Enfermedades Infecciosas del ejército norteamericano y dirigido a la Organización Mundial de la Salud, donde quedaba constancia de que el mejor tratamiento contra el virus Ebola, en Zaire, se había obtenido con un compuesto de gel estabilizado de aloe. Una vez más,se atribuía su eficacia a los principios activos del glucomannan, así como al efecto sinérgico de otros compuestos orgánicos que se hallan en el gel.
La aceptación del aloe en la comunidad científica no podía dejar de obtener su eco en la actividad industrial, y así, empezaron a surgir numerosas empresas en torno al negocio del aloe vera, la modalidad del aloe que con el tiempo acabó reconociéndose como la más completa e inocua.
A pesar de tratarse de un objeto de uso durante milenios, el nuevo enfoque científico rodeó a la planta de múltiples incógnitas e incluso contradicciones, según el juicio de las diferentes fuentes investigadoras, y en muchos casos debido a un motivo mucho más prosaico; la competencia de las empresas y los intereses económicos de las mismas.
Fuentes:
"Aloe vera: la planta de las mil
caras (y todas buenas)". Mariè Morales López. Tikal Ediciones.